Ayer pasamos por Ciego de Ávila y no parecía demasiada cosa así que la idea de ir a Morón nos parece buena: nuestro guía parece que necesita descansar... Tiene pinta de haber sufrido una noche cubana. Pues con éstas, el guía dormido, Vázquez a su rollo manejando y nosotros medio sobados llegamos a Morón donde lo único interesante es la estatua del gallo con su reloj digital que por supuesto no funciona. El gallo es en honor a una historia de un recaudados de impuestos que llegó a la ciudad y se puso muy "gallito" con los habitantes, discriminándoles y haciéndoles la vida imposible. Por eso, los ciudadanos se rebelaron ante él y lo emplumaron como a un gallo antes de cargárselo. ahora se dice que eres como el Gallo de Morón: unas veces hablando y otras cacareando. En fin.
Y ya que estamos aquí y en previsión de esta noche que vamos a los Lagos, buscamos una tienda, la Milla de Oro, para comprar repelente para mosquitos. La rubia se gastará todo el bote en lo que queda de viaje.
La siguiente parada va a ser una cocodrilera: la verdad es que no venía en nuestro plan de viaje pero Raimundo dice de ir para allá, y allá que vamos. Nada más llegar vemos tiñosas por todas partes, patos, flamencos, tortugas y bichos de todo tipo. Pero ni un cocodrilo... a no ser que eso que hay debajo de nuestro comedor sea uno. Y lo es. El comedor está elevado unos metros y debajo vive un cocodrilo cubano enorme. La verdad es que es muy chulo pero está un poco atocinao con el calor, como nosotros.
Nos ponemos a devorar una comida estupenda: ropa vieja, aguacate, plátanos fritos (chicharitas), cerdo y moros y cristianos. Es de los mejores sitios donde hemos comido. Todo muy rico. Y ahora vamos a ver cocodrilos: nos acercamos a ver los pequeños y a hacernos la típica foto con ellos en brazos pero con la boca atada, eso sí.
Tienen tres años y miden un metro de largo. Y luego vamos a ver a los papás: aparecen del agua como fantasmas, primero enseñan los ojos, luego la nariz, esperan y salen de la charca. Pedazo de bichos. Les damos de comer pescado con una caña y tienen tanta fuerza que da la sensación de que la van a arrancar de mis mandos. Últimas fotos a los flamencos y a las tortugas y cogemos dirección hacia Mayajigua.
Es una zona selvática enclavada en mitad de las montañas y claro, lo lógico es que haya bichos: como pasó por la noche. El hotel es muy bonito, rodeado de lagos y con sus piscinas y aguas medicinales: éstas están en reparación, como es lógico. Bueno, un cocktail de bienvenida y a ver la habitación: es un bungalow de dos pisos y nosotros ocupamos el de abajo mientras Raimundo estará arriba... Menos mal, hoy no habrá ronquidos: vamos a dormir como lirones, sin nada que nos moleste. Una cena ligerita, típicas fotos de los pajaritos y a sobar...
"Cariño, no te asustes... pero mira lo que hay en la pared..." "Aaaahhh" "Te he dicho que no te asustes..." pues nada, me levanto como un valiente, cojo una toalla (que estos bichos pueden ser venenosos) y la voy a coger... "Ostia, que salto... Puta rana" "Aaaah socorrooooo" Jamás he visto esa reacción: de la posición horizontal a la la vertical, apoyada en la rodilla chunga, salto a la cama de al lado y nuevo salto a la silla: era Sonia, no la rana.
Mueve cama pacá, mueve cama pallá, "Por allí está, Dios que ascoooo" Pilla por aquí, la toalla encima, se escapa, llama a Raimundo, éste baja (estaba en calzoncillos sobando), ahora que está quieta, cojo la rana, abro la puerta del bungalow y sale disparada mientras sin querer la agarro por una pata. No la he descoyuntado de milagro. Perece que no hay más bichos en la habitación. Noche toledana: a ver si descansamos.
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